Thursday, January 19, 2006

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Todos se ven tan jóvenes el día de hoy, como si no hubiera pasado ni un solo minuto por encima de ellos; o será que finalmente yo decidí envejecer en unos cuantos años – pensó mientras encendía otro cigarrillo sentado en la mesa de afuera del café. Había encontrado una muy leve pista del paradero de esa imagen suya que escapaba a través del inmenso océano de números, códigos y probabilidades que no llegaban a plasmarse en una realidad…la realidad como un ligero rumor de señales de otros días llego hasta lo mas hondo de la bocanada de humo que salió de su boca. La realidad es que ella no lo había abandonado, nadie nunca lo había hecho –Entonces, la única respuesta que quedaba para esa pregunta es la que no he sido capaz de decir en voz alta : yo me abandone a mi mismo, ¿en que momento me rendí? ¿Cuándo deje de intentar?- pero supongo que ya no importa ahora, ese tiempo se ha perdido. Como se ha perdido ese aroma tuyo que nunca llegare a conocer; soy invisible a ti, pero no invisible al mundo ¿no podría ser al revés? Que yo fuera lo único que por tan solo unos minutos pudieras contemplar y después de eso, tu y yo, bailando y la lejana música del piano, bailando sin mas motivo que el de encontrarnos los dos, sin nada que mediara nuestras apariencias, sin nombres, sin oficios, sin pretensiones mas allá que esos estúpidos 5 minutos con 39 segundos, que podrían bien ser todas las memorias tuyas y mías…pero no quiero nada mas ahora, que otro café, otra cajetilla de cigarros y una muleta para mi voluntad -¿disculpe?”- dijiste con tu voz clara- “discúlpame a mí, te confundí con alguien más…” ni siquiera sonreíste, solo te diste la vuelta y te marchaste, o tal vez fue de otra manera, tal vez no supe levantarme e ir tras de ti, supuse que no querrías nada mas de mi que pagara la cuenta y me retirara. Mientras caía una hoja de árbol sobre el espejo de agua, caía la ceniza del cigarrillo sobre la libreta abierta, resistiéndose a hundirse y perderse en el placentero olvido, al igual que las palabras que no supe decir, por falta de voluntad tal vez o tal vez por el abrumador peso del deber ser ecuánime y regresar como siempre a la cómoda soledad, de estos dos monitores.

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